jueves, 9 de agosto de 2012

VIDA Y OBRA DE MARTIN PAZ (1896-1950)

Caricatura de Ramón Moncada, 1925

Nació este bardo, en las cálidas tierras de Trujillo, departamento de Colón, el 3 de junio de 1896. Hijo natural de  doña Guillermina Soto Providence. Fua bautizado en Trujillo, bajo e nombre de Martín Isaac Soto..Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, y muy joven,  se trasladó a Tegucigalpa, donde cursó sus estudios secundarios y el bachillerato. La cornucopia intelectual de la urbe, muy pronto tocaría al joven Paz y sus poemas fueron apareciendo y fluyendo en  periódicos y revistas de la época, como “ El Cronista”, “Los Sucesos”, “Nosotros”, “Tegucigalpa” y “El Ateneo de Honduras” Eran colaboraciones copiosas, con trabajos fechados desde 1918 a 1922. Pero Martín Paz, no se mostró como un colaborador epistolar de dichas publicaciones, sino que en dos de ellas, entró a formar parte del staff.
En 1919, funda con su compañero de estudios en el Instituto Nacional,  Arturo Mejía Nieto, la revista “Argos”, de corta duración. El 7 de agosto de 1921, figura ya como jefe de redacción de la revista “Los Sucesos”, misma que era dirigida por el poeta Adán Canales; al retiro de este, Paz pasa a dirigir el semanario el 27 de noviembre de ese año. También formó parte del consejo de redacción de “El Ateneo de Honduras”, cuando esta revista era dirigida por Samuel Laínez. El nombre de Martín Paz aparece en el número 39 de de la revista correspondiente al 1 de agosto de 1922. Alrededor de él, otros nombres gloriosos: Luis Andrés Zúñiga, Matías Oviedo, Fernando García, Alonso A. Brito y Augusto Monterroso Lobos, como director artístico.
Según Carlos Arita Palomo, Martín Paz, se marcha para México en 1923, probablemente a finales del mismo, pues todavía, en noviembre, continuaba en la plana de redactores de “El Ateneo”. Probablemente, este viaje haya sido antes, apuntamos nosotros, pues su viaje a México para proseguir estudios de Derecho, se fragua con la estancia en Honduras del Embajador mexicano Juan de Dios Bojórquez. El permanece en nuestro país, de 1920 hasta junio de  1922, cuando es transferido a otro país.
Su estancia es aprovechada en México para continuar estudios de Derecho, alcanzando la licenciatura en la Universidad Autónoma de México, presentando la tesis “La plaquette”. Los primeros poemas de Paz en México, aparecen el "El Crisol", órgano el Bloque de Obreros Intelectuales. También formó parte de diferentes agrupaciones literarias y artísticas, como la "Sociedad Manuel Acuña", del "Ateneo de Saltillo", a la "Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios", a la "Academia de Estudios Filosóficos" y a la "Casa del Artista", de la que fue co-fundador. Estando en la capital azteca, se encontró en 1931, con la poeta hondureña, Clementina Suárez, quien hacía su primer viaje a esa urbe. Junto a Clementina y los poetas mejicanos, Lamberto Alemán y Emilio Cisneros, deciden publicar en conjunto, un pequeño librito de versos, al cual llamaron, acertadamente, “Iniciales”.
En México, se desempeñaba como maestro en el Conservatorio Nacional de Música, desde 1937. Paz, murió en México, el 17 de noviembre de 1950. La muerte le sobrevino a causa de una bronconeumonía fulminante,QUE LO TUVO EN CAMA, DESDE EL 28 DE OCTUBRE HASTA LA FECHA FATAL DEL DESENLACE,  según aseveraciones de la dama azteca Ángela Lomana, con la cual, el poeta contraería nupcias.
  Nunca más volvió a su tierra natal ni a las costas trujillanas. El misterio rodea sus libros. Para el caso, el diario capitalino “El Combate” anuncia en su edición del 16 de diciembre de 1931, la aparición en México del libro “Marinas". Por otro lado, en un artículo publicado en la excelente revista “Correo Literario de Honduras”, que dirigiera con aplomo y soltura, Carlos Manuel Arita Palomo en la década del 60, se lee un comentario sobre “Costa Norte”, poemario adjudicado a Paz, de escaso conocimiento entre nosotros.




ESTUDIO


Martín Paz, “el acuarelista del trópico”, como osara llamarlo el poeta Carlos Manuel Arita Palomo, nació en Trujillo, bello paraje costero al norte de Honduras, una soleada mañana del 3 de junio de 1901. Comenzaba a despegar el siglo con su carga de años y ansiedades.

Para 1913, Paz se había trasladado a Tegucigalpa para comenzar estudios de bachillerato. Allí entró en contacto con los intelectuales hondureños de entonces, aglutinados en el “Ateneo de Honduras”, y pronto sus versos sencillos y musicales, llenos de remembranzas marinas, derivadas de su natal Trujillo, se dejaron sentir en periódicos y revistas de la época. En 1918, su nombre comienza a llamar la atención al publicar “El Cronista” y “El Nuevo Tiempo” poemas suyos. De esa primera visión del poeta, nos gustaría reproducir un poema, “Acorazado”, visto nos imaginamos en una tarde de esplendor juvenil en su natal Trujillo y aparecido en las páginas de el “Ateneo de Honduras” en 1920.



 

ACORAZADO

Viene avanzando fatigado
con espectral pereza
el formidable acorazado
por sobre el mar como una fortaleza.
Da tristeza, mirar en la azulada
belleza de la rada
un mensajero de la muerte aviesa                                                                          

igual que las cabelleras
flotan al viento sus banderas extranjeras.
Ha vomitado

por sus bocas de fuego una andanada
y en la tarde rosada
me ha parecido un gigante mareado
que se durmió en la rada
el formidable acorazado.

El mar y su belleza, las aves de afligido vuelo, el oleaje y su arena turbia, y unos pies besados por la sal, son los primeros soportes de la poesía marina de Martín Paz. En 1923, parte Paz para México a comenzar estudios de Derecho. Estando allí, publicará en 1931, “Iniciales”, aventura en la que participan también Clementina Suárez, Lamberto Alemán y Emilio Cisneros, estos dos últimos, de nacionalidad mexicana.

 El encuentro con Clementina en México, fue portentoso, él lo describe así: “Allá por los años 30s., en México, cierto día el teléfono trajo una voz conocida: Clementina Suárez quiere verte. Después vinieron los enlaces en el ambiente mexicano: periodistas, estudiantes, gente de pluma y lápiz, caricaturistas, pintores. Más tarde, veladas, paseos, tertulias, reuniones, agasajos, fotos, entrevistas, elogios, simpatías, etc. un día sugirió un “suvenir” para los amigos y apareció “Iniciales”.

Sin embargo, en “Iniciales”, Paz no despunta su vena cosmopolita; de los diez poemas incluidos en este libro, ninguno tiene esa influencia que marcará algunos de sus poemas posteriores.
3.
Se notan, sin embargo, la gracia y el ritmo que Paz manejaría siempre en sus obras. La influencia cosmopolita aparecerá en el poema “Jenny Haylock”, dedicado nos imaginamos, a alguien de ese nombre y que ha dejado en el poeta, un sabor a romance y a nostalgia.

Por el poema averiguamos de una visita, no registrada tan minuciosamente por los biógrafos del poeta, a West End, localidad de  Islas de la Bahía, lugar donde residía o residió Jenny Haylock, musa temporal del   aeda trujillano. Otro poema de aliento cosmopolita en la obra de Paz, es el llamado “ Romance de Lila Stark”.

Sigue  este poema, el tono reminiscente de “Jenny Haylock” y comprueba, por más señas, la presencia de Paz, alguna vez, en las tierras del Norte. Lila Stark es una negra bailarina sureña que impresiona con sus contorciones al poeta. En este poema Paz  introduce a nuestra lírica, los anglicismos Jazz, slang, cocktail y blue, novedades que solo el cosmopolitismo puede dar. Más adelante el poeta da a conocer, en versos cadenciosos el lugar o los lugares donde Lila Stark, la bailarina ensoñadora, puede estar: New York o  New Orleáns. Otro poema donde Paz introduce anglicismos, es “El Poeta está solo en el bar” y más adelante la palabra “Tom Collins”, que no es más que el nombre de una  bebida americana. El poema es hermoso; en él chorrean la bohemia y la nostalgia juntas.
La poca poesía con aliento cosmopolita que Martín Paz nos legara, está imbuida en ese ambiente marino que nunca se separó de él. New York, Baltimore y New Orleans, son ciudades costeras, llenas de mar y esplendor; lo mismo los personajes citados en los versos.







ANTOLOGIA



EL NEGRO MISTER BROWN

Taja el balcón
por la cintura
al negro Míster Brown.

Y se asoma sonriendo su figura
que es un bien acabado estudio al carbón.

El sol se ha puesto
y el negro Míster Brown
es sólo esto:
los dientes, porcelana; la epidermis, charol.

Sueña y espera
y rumia una ilusión.
Ni sospecha siquiera
la noche va a borrarlo, de golpe en el balcón.

ROMANCE DE LILA STARK

Baila y canta, canta y baila,
entre la fiebre del jazz,
en mi recuerdo, el romántico recuerdo
de Lila Stark.

Lila Stark una vez vino,
vino una vez a Nueva York.
Lila Stark venía envuelta
en un velo de ilusión.

En sus ojos de sirena
era más azul el mar
y en el sol de su melena
más sol el sol tropical.
Bailaba los bailes negros
cantando en slang del sur
y la ilusión se movía en el oleaje del blues.

Se le enredaba en los muslos
de música, con placer,
y rebotaba en compases
que machacaban sus pies.

Lentos los blues, retorcían,
por algo que nunca fue
lamentos hondos y largos
sonámbulos de cocktail.

Lila Stark: ¿en dónde bailas?
¿dónde aúllan hoy tus blues?
¿en la América del Norte
o en la América del Sur?.

Lila Stark: en donde te halles,
en Nueva Orleáns o en Nueva York,
mi recuerdo aun te aplaude
hecho un loco espectador.


ROMANCE DE LA ENFERMERA DE YESO

En hospital estuve
y había en el hospital
una enfermera de yeso
con los ojos de cristal.
Tras el cristal de sus ojos
se agitaba un alma azul,
y en al alma azul había
la nostalgia honda del blues.

Hada de niebla y neblina
cuando entraba al pabellón
amanecer parecía
su silueta de algodón.

En sus manos el destino
puso mi vida al zar;
mi vida con un roto lino
que había que remendar.

Ah, lirios de sus manos
ah, sedas de su voz,
manos y voz que eran pájaros
abanicando un dolor.
Uniformados los pinos
montaban guardia en derredor
y noche a noche cantaba
el viento trasnochador.
Y en cada noche bajaba
mas de una estrella al jardín
y en el jardín en nardo
o margarita o jazmín.

Enfermera que zurcías
con esperanza mi mal;
aun le hacen falta a mi vida
su ternura y su hospital.

EL POETA ESTA SOLO EN EL BAR

Esta tarde, esta tarde, en el bar solitario
tan sólo me acompaña un ensueño romántico
y un vaso de Tom Collins, cuando entra  tu recuerdo
y se me sienta enfrente y en voz queda charlamos.

Barajo, con esmero, lo mejor que dejaron
las horas superpuestas de otros días mejores;
después hago con ellas un castillo de naipes
con un cielo de plumbago y verdes horizontes.

Un enjambre de imágenes bulle límpidamente
del bosque de tus ojos florecidos en estampas.
De pronto me doy cuenta: Estoy realmente solo,
el vaso está vacío; del castillo no hay nada.

MARINA

Con el potente estruendo de sus olas oscuras
que visten con encajes de espuma el cantil,
el mar hace surgir todas las aventuras
de Simbad el Marino en mi alma juvenil.

Y veo ir, en el cuento, la galera insegura
por los revueltos mares sobre un oleaje hostil,
y desde el horizonte avanza la verdura
de una remota isla que encierra el mar añil.

Tras el sonante tumbo de sus olas serenas
el mar deja peinar sus canosas melenas
en el peine de rocas que parece el cantil,
y en mí crece el deseo de partir un día,
en un hermoso barco hacia la lejanía
al país donde reina perennemente abril.

JENNY HAYLOCK

Hoy, Jenny Haylock, he pensado
en nuestro adiós allá en West End;
el mar más triste no he mirado
como la viera aquella vez.

Iban los barcos a otros puertos
como siguiendo una ilusión
y al embarcarme, Jenny Haylock,
algo en mi vida se quebró.

Todo era azul en aquel tiempo
azul el mar, el cielo azul,
tus grandes ojos y mis sueños
y azul mi errante juventud.

Hoy que te encuentras, Jenny Haylock,
en tu casita de Baltimore;
llama a tus puertas mi recuerdo
como otras veces lo hice yo.

GRACELINDA, LA MUCHACHA DEL PUERTO

Gracelinda
 va a la playa
tarde con tarde a soñar
mientras abren las estrellas
unos pétalos de azahar.

Pobrecita Gracelinda,
padece quien sabe de qué,
murmura alguna vecina
que la mira entristecer.

Las farolas han prendido
sus luceros a la vez
sobre el espejo del agua
que los hace florecer.

Gracelinda, Gracelinda.
¿qué es lo que tienes, di, qué?
le dice la madre anciana
que la siente entristecer.

Gracelinda no responde.
 Gracelinda mira el mar,
y como todo un momento
tiene un hondo suspirar.

Gracelinda tuvo un novio
marinero de alta mar
más quien quiere a marinero
marinero perderá.

Pero el mar de vidrio un día,
tras el volaba un adiós,
más ágil que una gaviota
y en el mar al fin cayó.

En el mar de la tarde
pasa saludando un cantar:
“Marinero que te alejas,
quien sabe que volverás”

Marinero aventurero
de playa en playa se va,
que pájaro migratorio
siempre tiene que volar.

Gracelinda no lo sabe,
lo presiente, es mujer,
que en toda playa extranjera
espera siempre un querer.








ENRIQUE GALINDO, MAGICO ILUSTRADOR


Caricatura de Vicente Monterroso Lobos, 1923



Cuando Ismael Zelaya fundó en 1934, la editorial y librería “Signos” no sabía que estaba creando una nueva forma de editar libros en Honduras. En su mente bullía la idea de crear un libro total, es decir, que a la palabra se uniera la imagen para reforzar el contenido y el mensaje del mismo.

Para la intuición editorial estaba él; para la idea artística estaba Enrique Galindo. El primer libro de la naciente empresa fue “Signos” libro que recogía póstumamente la obra poética de Marco Antonio Ponce, cuya vida fue brutalmente cegada una noche aciaga de 1932.

Pacientemente, Zelaya amigo del infortunado vate, fue recogiendo la obra dispersa de éste, hasta conformar con ella un volumen representativo. Enrique Galindo, nacido en Comayaguela el 25 de noviembre de 1897- hijo de Wenceslao Galindo y Rosa Galindo-  compuso para este libro un sinnúmero  de delicados dibujos. Según Dagoberto Posadas, conocido crítico de Artes Plásticas en los dibujos de Galindo se puede apreciar “Un perfecto delineamiento cuya obra  emana fundamentalmente de una profunda visión cultural arraigada en el romanticismo y la mitología universal”. Fueron sus padres Wenceslao Galindo y doña Juana Rosa Galindo. Uno de sus hermanos, sería el notable maestro de generaciones, Bernardo Galindo y Galindo.

En “Signos” cada dibujo va acompañado de una delicada hoja de papel transparente lo que le da al libro, una finura editorial nunca antes vista.

El segundo proyecto editorial de ambos fue el de editar “Tierras, Mares y Cielos” obra también póstuma del gran Juan Ramón Molina.

Esta edición representó la tercera que se hacía de la obra de Molina y se realizó en Tegucigalpa en el año de 1937 en los talleres de la imprenta Calderón. A esta edición, dedicada también como la segunda a la poesía Moliniana, Zelaya le agrega un prólogo del poeta mexicano Enrique González Martínez y un estudio bibliográfico de R.H. Valle. Como si lo anterior no fuera mucho, le agrega 19 dibujos de Enrique Galindo. Aquí Galindo sujeta su imaginación y su destreza a corporizar, mediante el dibujo, la idea general del poema guiado siempre por el título de los mismos. Memorables son, para nuestro gusto, los dibujos dedicados a los poemas “Madre Melancolía”, “Mariposa Nocturna”, “Metempsicosis”, “Nada es Todo” y el singular, por nostálgico  “Los Ojos de los Niños”.
El tercer libro de la editorial “Signos” fue “Sombra” de Arturo Martínez Galindo, también publicado en forma póstuma.2

Este libro no fue ilustrado como otros; probablemente a estas alturas, 1940, ya la sociedad de Zelaya y Galindo estaba disuelta o tal vez este último había salido del país por esta época.

Galindo no era un novato en lo referente a las ilustraciones. En 1917 y en Tegucigalpa sustituye a Augusto Monterroso como director Artístico de la revista “La Semana”, misma que fuera fundada el 5 de noviembre de 1916 por Matías Oviedo y Céleo Dávila. Además de los detalles de la diagramación, Galindo elaboraba la portada ya sea con una caricatura o un dibujo. Mas tarde Galindo pasaría a “Nosotros” revista quincenal ilustrada que fundaran el 20 de mayo de 1920, Lucas Paredes y Mauro Aguilar. En “Nosotros” Galindo trabajaría en el honroso cargo de Director Artístico.

Para 1922, Galindo parte de México, gozando de una beca de estudio y donde desde el abrigo acogedor de los grandes maestros mexicanos, termina de formarse artísticamente. Su regreso al solar patrio será 10 años más tarde, en enero de 1932. No llega derrotado al contrario viene como delegado de la Secretaría de Educación de México, para según sus propias palabras   “dar a conocer la forma en que en México  se hace llegar la luz (Educación) a los mas apartados rincones valiéndose de las artes populares”. En efecto, lo popular en el arte ha calado hondo en el hondureño a tal grado de volverse, entre sus coterráneos, publicista del mismo.

Con ahínco y fervor Galindo enseña a maestros capitalinos, sus sujetos de prédica, los hilados populares de Querétaro y las bolsas de Palma de Toluca. Los juguetes de vidrio de Guerrero; los vasos de barro de Tonalá; la loza de Puebla, etc.

Ha traído consigo también parte de su obra pictórica entre la que sobresale, “El Agrarista” obra hecha en México de claro tinte social.

Visitación Padilla, que ha logrado entrevistar a Galindo lo describe como “Un joven de mediana estatura, color trigueño, complexión robusta, rasgos faciales prominentes que completan una cabellera de mulato, rebelde en absoluto a proteger una frente libre.

El taller y la exposición de Galindo a su regreso a Honduras se inauguró el 11 de enero de 1932 en el entonces Kindergarten “Concepción Amador” de Comayaguela. Posteriormente viajaría a San Pedro Sula, donde montaría iguales eventos en la entonces escuela “Minerva”.

Una caricatura del ilustre visitante engalanaría la portada de “Alma América” revista capitalina de moda por entonces.   

Mas tarde, Galindo ilustraría la portada del libro “Brotes Hondos” de Claudio Barrera, editado en Tegucigalpa en 1942.

Tal dibujo simboliza el afamado poema de Barrera “La Doble Canción”: dos hombres de perfil a medio cuerpo, en cuyas manos sostienen la luz y una semilla brotada en planta.

Barrera volvería a utilizar dibujos de Galindo al publicar en 1950, el tomo de su poesía completa. Las 4 tintas de Galindo en este libro, se unirán a las 2 de otro joven veintiañero que entraría también al mundo de la plástica ilustrando libros: Miguel Ángel Ruíz Matute.

Enrique Galindo moriría el 4 de julio de 1957, en Monterrey, México, sin poder volver, una vez más, a su amado terruño.

    
                2  Curiosamente todos los libros de la Editorial “Signos” fueron póstumos.    




miércoles, 8 de agosto de 2012

HOSTILIO LOBO CALIX. POETA DE LA GENERACION DEL 35


Hostilio Lobo Cálix, es un nombre huidizo en la literatura hondureña. El, como también sus amigos Virgilio Zelaya Rubí y Armando Zelaya, dejaron una obra copiosa, la cual se encuentra ignorada todavía en periódicos y revistas de la época. De los tres, sólo Lobo Cálix pudo publicar un  libro, por demás rarísimo de encontrar hoy en día, en anaqueles y estantes del país. En 1950, Claudio Barrera publicaba un libro hito en la historia de la literatura hondureña: "Antología de poetas jóvenes desde 1935". Con ello, Barrera, líder natural de esa generación, plasmaba la producción poética más represenrtativa de ese grupo intelectual, cuyo acercamiento, también natural y de afecto, dio origen a una de las generaciones más brillantes de Honduras: La generación del 35 o mejor conocida como "La generación de la dictadura", por desarrollarse en tiempos del gobierno de General Tiburcio Carías Andino.
Hostilio Lobo Cálix, nació en Catacmas, Olancho, un 3 de enero de 1914. Sus padres fueron, el médico y conocido hombre público olanchano, Gregorio A. Lobo y su madre, la señora Ercilia Díaz. Después de cursar sus estudios primarios en Catacamas, pasó luego al Instituto "San Miguel" de Tegucigalpa, donde alcanzaría el grado de Bachiller en 1931. Proseguiría estudios de Derecho en la entonces Universidad Central de Honduras, mismos que culminaría en 1948, destacándose entre sus compañeros, Jaime Fontana, Santos Tercero Palma, Miguel R. Ortega, Rafael Jérez Alvarado. Su tesis se llamó "La Propiedad pública ,el Dominio Público y la Prpiedad Intelectual".".
Lobo Cálix, llevaba en su interior dos pasiones: La literatura y el periodismo, pasiones que los jóvenes de entonces labraban con tenacidad y fortuna. El 15 de abril de 1946,  Hostilio Lobo, contrae matrimonio con Hilda Díaz, oriunda de Manto, Olancho y familiar de Medardo Mejía. De ese matrimonio, nacieron  seis hijos: Hostilio, Hilda, Rosario, Carmen Elisa, Dulce María y Fabiola.
Lobo Cálix, publicó en vida un sólo libro: "Poliorama de la mujer y el paisaje", título sumamente extraño cuyo significado todavía es una incognita. Según su hijo, Hostilito, en ese libro su padre "plamó la producción poética realizada en la etapa biológica de los 18 a los 27 años". Fue publicado en El Salvador, en 1948 y consta de 29 poemas.
Lobo Cálix, murió el 26 de marzo de 1995, en la ciudad que lo vió nacer.

NOTA. El dibujo de Lobo Cálix, es obra del artista plástico, Bey Avendaño.


LOS CIGARRILLOS DE MI INFANCIA. SAN PEDRO SULA, 1960-1972















Yo nunca fumé. No sé si Julio Escoto también fumó, aunque él era mayorcito y podía andar el bucle engominado y la chaqueta de cuero, estilo Marlon Brando, sin que nadie le dijera nada. Yo recogía los empaques vacíos, los alisaba y jugabamos con ellos con los amigos de Guamilito, tirándo una caja de fosforos llena de piedrecillas, a que la misma cayera de lado, para ganar el tiro. No sé si Artruro Sosa fumaba entonces, aunque ya usaba casco de explorador. Sé que Mario Gallardo lo hacía a escondidas, allá en La Lima, en el viejo y sagrado recinto de la "Esteban Guardiola". También estoy seguro que Otto ni Murvin, los fumarán jamás, porque estos cigarros son ahora, fantasmas de una gris memoria.

martes, 7 de agosto de 2012

ANUNCIAN LA MUERTE DE MANUEL ESCOTO. SAN PEDRO SULA, 1938


RAFAEL MORENO GUILLEN: EL SACERDOTE QUE CAZABA TIGRES Y PODABA FLORES.

1923



A Rafael Moreno Guillén, la historia lo enmarca como sacerdote, pero la literatura lo rescata como poeta. En 1944, un libo suyo, resulta finalista del premio Ferrar and Rinehart, que finalmente fue ganado por su compatriota, Argentina Díaz Lozano, en el ramo de novela biográfica. Fue editor-director del semanario católico "El Buen Pastor"; escribió himnos y publicó el poemario "Rimas místicas", en 1925. Para la estudiosa hondureña, Helen Umaña, Moreno Guillén "escribió con decoro". En 1937, escribió el himno a Comayagua, en ocación del IV Centenario de su fundación; en 1939, escribió "Nimbos", una biografía del conocido sacerdote y Monseñor, Ernesto Fiallos. En 1940, le tocó pronunciar el discurso oferente en la inauguración de un busto en honor a Monseñor Agustín Hombach. Según el historiador y bibliógrafo Miguel Angel García, Moreno Guillén nació en Valle de Angeles, el 11 de marzo de 1898. Fue bautizado bajo el nombre de Rafael Eulogio. Fueron sus padres, don Rafael Guillén y doña Petrona Moreno. Otro de sus biógrafos, el recientemente fallecido historiador, Carlos M. Contreras, aduce que Moreno Guillén murió en El Salvador, en 1995, de un cáncer innombrable. En realidad murió en Panamá en el año mencionado y no de cáncer sino de una vejez bondadosa que llegó a su fin. Como discípulo de la fe, el 21 de septiembre de 1923, recibió las ansiadas Ordenes Sacerdotales. Sorpresivamente, en 1945, renunció al sacerdocio y se pasó al bando evángelico, iniciando un largo periplo de autoexilio que comenzó en Méjico, Panamá y El Salvador, donde para sobrevivir, vendió seguros de vida. El 3 de febrero de 1945, se casó con la copaneca Nila Flores, relación de la cual, brotaron dos hijos, Nubia y Douglas, que viven todavía en Estados Unidos. Hoy rescatamos no sólo su memoria sino su estampa a través de estas fotos inéditas y testimoniales.





1928




lunes, 6 de agosto de 2012

NESTOR BERMUDEZ MEZA EN LA DIPLOMACIA HONDUREÑA

FOTO 1


FOTO 2
 FOTO 1: Se celebra en La Habana, Cuba, el "Día de la Raza", una fecha cívica en el calendario americano. Néstor Bermúdez Meza, Cónsul hondureño en La Habana, aparece entre los presentes, de riguroso blanco, al extremo derecho de la foto. 12 de octubre de 1938.

FOTO 2: Néstor Bermúdez, a la derecha, aparece en París, Francia, junto al escritor Julián López Pineda, al centro, quienes a la sazón, sustituyeron a Froylán Turcios en el cargo que este ocupaba en Francia y que aprovechó para publicar tres de sus libros. La foto corresponde al 2 de junio de 1933.

ALEJANDRO RIVERA HERNANDEZ EN LA DIPLOMACIA HONDUREÑA

  
Foto 1


Foto 2
Alejandro Rivera Hernández (1909-1968) fue un diplomático y escritor hondureño, que publicó varios libros de crónicas de viajes a los cuales puso nombres estrambóticos. Hoy presentamos dos fotografía s de su vida como diplomático. En la foto 1, aparece saludando (al centro, de lentes) al entonces Vicepresidente de Estados Unidos de América, Richard M. Nixón, en visita que hicera este, a nuestro país. A su lado y dándole la mano a Nixon, aparece Alejandro Castro h., periodista y escritor. Rivera Hernández, por ese entonces, fungía como Embajador en Nicaragua. La foto fue tomada el 17 de febrero de 1955.

En la foto 2, aparece (de lentes) aprestándose, junto a otros funcionarios hondureños, a presentar sus credenciales para asisteir a la Segunda Reunión de la Academia Interamericana de Derecho Comparado, celebrada en La Habana, Cuba, en 1947.

domingo, 5 de agosto de 2012

LA RAZON POETICA DE RUBEN BERMUDEZ MEZA

Rubén Bermúdez Meza, al centro, en la nieve de Boston



Cuando realizábamos investigaciones para escribir nuestro ensayo “Herencias y Huellas del Cosmopolitismo Modernista en la Poesía Hondureña del Siglo XX” nos encontramos con una interrogante bastante compleja : ¿ porqué Rubén Bermúdez Meza, habiendo vivido por más de diez años en Massachussetts, EE.UU y nutrido su formación intelectual con lecturas de obras de escritores norteamericanos de esa época, no volcó en su obra poética, madura y nóvel, una influencia cosmopolita, como otros autores hondureños, que como  él, tuvieron el privilegio de viajar y residir en países extranjeros?

Tal interrogante se despejó un día cuando en mis manos cayó una carta que Bermúdez Meza, escribiera a su coterráneo Froylán  Turcios. La carta en mención apareció publicada en “Ariel”, la exquisita revista literaria que por muchos años dirigiera Turcios en Tegucigalpa, en su primera etapa. Fue fechada en San Pedro Sula, sitio de residencia habitual de Bermúdez Meza por entonces, el 18 de abril de 1926. Para efectos de estudio, la reproducimos textualmente:

San Pedro Sula, abril 18, 1926

Don Froylán Turcios

Mi querido amigo:

            Te envío, para tu exquisita Revista Ariel, un mediocre poema que le he endilgado al Río Ulúa. Si tienes la paciencia y el tiempo desocupado, te suplico leerlo; y si lo encuentras aceptable, publicarlo.
            Últimamente me he salido de la norma vieja de la prosa, y ha versificado algo. Público de tarde en tarde <cosas> en El Norte; de  Vidal Mejía. Quien sabe si habrás leído algunas. Escribí un canto al cerro de Pijol, austero gesto petrificado que ataja el avance del Valle de Morazán hacia el sur;  y he resuelto, hasta cierto punto imitando una tendencia tuya, cantar, en estrofas adecuadas a los detalles más nobles del terruño,  en la creencia de que, paralelamente con la labor literaria, se realiza una labor patriótica. Creo haber sorprendido esta tendencia en tus versos y tus prosas de hondo romanticismo regional cuando hablas de Olancho.
            Envíame Ariel. y, espiritualmente, acepta mi abrazo fraternal sobre la distancia
R: Bermúdez.


De esta carta podemos deducir que Bermúdez Meza, creía que la labor literaria debería aparejarse a una labor patriótica, al  cantar con “estrofas adecuadas los detalles más hermosos del terruño”,
 tendencia que él observaba y admiraba en la obra de Turcios, especialmente en los poemas y las prosas de “Tierra Maternal”, obra que el recio olanchano publicara en Tegucigalpa en 1911.                                   

En pocas palabras pues, los cantos terrenales de Turcios marcaron en Bermúdez Meza una influencia que sirvió de puente y basamento a una razón poética centrada en lo cotidiano y nacional.

Dos poemas de Rubén Bermúdez, ejemplifican magníficamente tal tendencia: “Mi poema al río Ulúa”, épico, a la mejor usanza lírica, y su poema al Pijol,“ austero gesto petrificado que ataja el avance del Valle de Morazán hacía el sur” para decirlo con sus propias palabras.

En ambos poemas hay un desbordamiento lírico que los vuelve copiosos; una animosidad interior a exaltar la naturaleza y su virtud creadora.

Para rematar, basta decir que Rubén Bermúdez Meza, escogió una profesión que linda con los aspectros naturales de la tierra y sus más preciados tesoros: Ingeniería en Minas, tendencia que de alguna manera inclinaría también, su corazón rumoroso y sensitivo, hacia el canto épico de las cosas majestuosas y terrenas de este mundo.

LOS BERMUDEZ MEZA: UNA FAMILIA DE LITERATOS

Antonio y Rubén Bermúdez Meza. Tegucigalpa, 1922




LOS  BERMÚDEZ MEZA:
UNA FAMILIA DE LITERATOS

Era Juticalpa, la vieja: la de las campanas al vuelo a la hora del ángelus; la del polvo acuchillando la piedra, con la sombra del siglo otra vez a punto de morir. Habían casonas señoriales y almacenes; peatones vestidos  de rigor; carruajes y jinetes afanados en llegar a ninguna parte. Así era la Juticalpa donde jugaron, crecieron y un día contrajeron matrimonio don Rubén Bermúdez Aguiluz y doña Paz Meza. Fue en 1880 según lo hace constar un desahuciado libro de memorias. Don Rubén era un hombre ilustrado, dado a la buena conversación y a las lecturas de sobre mesa; doña Pacita, que así llegaron a conocerla y a llamarla sus cercanas amistades, era un alma doméstica, entregada a la tradición y al trabajo hogareño. De ese amor cándido y vertebrado que se tuvieron, nacieron 8 hijos; vasto número como era la tradición entre los matrimonios de esa época. Antonio, el mayor, y por lo tanto, primer fruto y primera cabeza, nació el 10 de junio de 1881. Lo seguirían por su orden; Francisca, Emilia, Paz, Rubén, Maruca, Elena y Néstor, última vibración de un vientre iluminado. De estos hermanos, de esta familia juticalpense y mas tarde sampedrana, nos interesa historiar tres de ellos, y no por un purito ni un machismo sin alcances, sino porque los tres varones, Antonio, Rubén y Néstor, fueron tocados extrañamente por la pasión literaria, pasión en la cual se hundieron y navegaron con meritísima altura.

La forja de otras ilusiones y la búsqueda de un horizonte más propicio, obligaron a los Bermúdez Meza a trasladarse a San Pedro Sula, ya comenzando el siglo XX. Muy pronto las señoriales casonas de bahareque y adobe dieron paso a otras, extrañamente altas y con corredores y patios frutales, y donde la lluvia producía un infernal tamborilero al caer sobre los oxidados techos de zinc. Ese cambio, permitiría a don Rubén practicar con más denuedo el oficio poético que traía escondido en la sangre. Tal es así que el 9 de octubre de 1912, en un diario capitalino apareciera publicado un soneto al que le dio por título “Avéspero”. Mientras tanto Antonio, el primogénito, quien había cursado sus estudios primarios allá en Juticalpa, tocándoles la gracia de ser pupilo del gran educador cubano Francisco de Paula y Flores, obtenía en 1904, su título de Licenciado en Jurisprudencia en la entonces Universidad Central de Honduras. Ese mismo año, Rubén -el adonis tocado por los ángeles - recibe del gobierno del General Manuel Bonilla, una beca para realizar en los Estados Unidos estudios secundarios y superiores. Tenía sólo  15 años Rubén cuando inicia su periplo por tierras anglosajonas, donde tiempo después de obtener su High School, ingresa al prestigiado Instituto Tecnológico de Massachussets, lugar entonces como hoy, reservados a las inteligencias  mas  altas,  pudiera  decirse  que 1904 fue  un  buen año para la familia que veía con beneplácito coronar e iniciar estudios a dos de sus miembros. Entre los alumnos graduados con Antonio ese año, estaban Paulino Valladares, Manuel Ugarte, Miguel R. Montoya, Enrique Uclés, Trinidad Valeriano y otros no menos importantes. Al solo graduarse, comenzó una meteórica carrera como profesional del derecho y como hombre público. De 1914 a 1919, fue electo diputado, volviendo al mismo cargo en 1924, después de terminada la sangrienta guerra fraticida de ese año; pasaría luego a brindar cátedras en su especialidad en la Facultad de Derecho de nuestra Universidad. Fue también Magistrado a la Corte Suprema de Justicia en los periodos de 1929 al 31; de 1938 al 42 y de 1943 al 48. Ligado muy cerca al régimen del Doctor y General Tiburcio Carias Andino, fue Ministro de Relaciones Exteriores en el periodo de 1933 al 36. Ya  antes, en 1919 se había desempeñado como miembro del consejo de Ministros, encargado todos los procesos de transición del Poder Ejecutivo, ocupando la cartera de Hacienda y Crédito Público.

En 1912, a la edad de 23 años- había nacido en Juticalpa el 29 de diciembre de 1889- regresaba Rubén a su tierra natal con un extraño y rimbombante  título: Ingeniero en Minas. No en balde el humanista olanchano, Medardo Mejia, quien había sido su alumno en el Instituto la Fraternidad, lo bautizaría tiempo después, con el augusto mote de “Ingeniero en almas y minas”, para referirse a las dos grandes pasiones del aeda. Por ese tiempo se explotaban las minas de San Juancito, pero la compañía encargada de tal explotación sólo empleaba ingenieros norteamericanos en ese oficio, por lo que a Rubén, imberbe y con la poesía asomándole en la frente como un sol imantado, tuvieron que colocarlo como Subdirector de la Escuela Normal de Varones de Comayaguela, ente entonces rectorado por el no menos notable Pedro Nufio. Poco tiempo duraría Rubén en ese puesto, al cual renunció, no por no gustarle la enseñanza, sino que por tratar de ser más útil en el renglón que él había estudiado con tanto sacrificio.

El ingeniero Luis Bográn Morejón, lo llama para que se haga cargo del ramal ferrocarrilero que conduce de San Pedro Sula a Potrerillos. Parte de ese trabajo, más congruente con sus habilidades, fue la construcción de un puente de hierro sobre el río Ulúa, muy cerca de la comunidad actual de Pimienta. Casualmente, uno de los poemas mejor estructurados y mas conocidos de Rubén Bermúdez, está inspirado en ese puente, obra monumental del ingenio del hombre moderno. El poema, un soneto, a la letra dice:



AL PUENTE DEL ULÚA

Corta su perfil siniestro contra el claro horizonte;
Una como charada de varilla de hierro,
O bien el esqueleto de un grueso mastodonte
Agazapado y fiero sobre el flanco del cerro.

Sus arcos asimétricos retiemblan de repente
Sobre el dorso del río, que se inquieta también
Cada vez que trepida sobre el piso del puente
La fugaz fantasía de la huida de un tren.

Cuando apenas concluido, recibió su bautismo
con los rituales todos que exige el paganismo
y que a la fiesta alegre vinculados están.

Porque un día, una dama, dilecta y linajuda
Le rompió en el costado, frente a una turba ruda,
Una botella añeja de vino de champán…

En este soneto, Rubén Bermúdez Meza, hace gala de una destreza poética al utilizar la ironía como instrumental, al comparar los pesares y avateres de la costosa construcción con el divertimiento humano de la inauguración de la monumental obra, quebrando una dúctil y maleable botella de champán en uno de sus fierros, ante una multitud linajuda y atolondrada por la magia del tren y su paso.

Néstor, mientras tanto, había nacido en Juticalpa, como todos, el 16 de abril de 1896, a escasos 4 años de que terminara el siglo XIX. Contrario a sus otros dos hermanos, escogió una carrera humanística como pocas: El Magisterio.

En 1916, a los 20 años, egresó de la Escuela Normal de Varones de Comayaguela, misma en la que había sido subdirector su hermano Rubén. Comenzó su apostolado educativo en las escuelas de San Pedro Sula y Omoa, hasta llegar ser electo Secretario de la Corporación Municipal de Puerto Cortés y convertirse, más tarde en un alto empleado de la Compañía Frutera Cortés Development.


Viviendo en Cortés, incursionó en el periodismo siendo por un tiempo Director de “El Marino”, prestigioso periódico que se editaba en esa población costera y que dirigiera más tarde, el aguerrido periodista paceño, Heriberto Castillo. En 1933, al arribar al poder el General Carias, es nombrado Canciller de la Legación hondureña en París. Lo acompaña en este viaje, como Cónsul, el también periodista y escritor Julián López Pineda, quien va a sustituir a un olanchano de cepa, Froylan Turcios, quien por discrepancias con las nuevas autoridades de la Nación, ha decidido renunciar.

Rubén Bermúdez, como su hermano mayor, Antonio, llegó a ser un prominente nombre público: diputado al congreso, Superintendente del Ferrocarril Nacional y Alcalde Municipal de San Pedro Sula, en 1929, un año antes de su sentida como inoportuna muerte acaecida en 1930, a la temprana edad de 41 años. La obra poética y narrativa de Rubén queda, a su muerte, dispersa. Es hasta en 1932, que su hermano Antonio la recoge de un libro póstumo al que tituló “Ramillete Lírico”.Al abrir sus páginas y reencontrarnos con la escritura serena de Rubén, no podemos dejar de leer, las opiniones de sus mas cercanos amigos, y porque no, de sus admiradores. Clementina Suárez, gran poeta y como Rubén, olanchana de nacimiento, dice al referirse al opolíneo aeda; “Aún me parece verlo tal cual apareció ante mí, la primera vez. Su compañera me lo delató. No había duda, ese era Rubén, el de la cabeza erguida, y cabello undoso, ojos pardos y desdeñosos y labios crueles…si, sinuosos y finos, que no dejaban adivinar el tamaño de la boca. De rostro impecable, siempre acabado de afeitar, se transparentaba a través de su blancura, las venas azulísimas.

Caminaba desdeñosamente, magníficamente; tenía el gesto de un Dios que se ríe de los mortales. Odiaba las fórmulas aristocráticas, que no fuesen las de talento, y se burlaba de nuestras costumbres de villorio. Era un exquisito y un gran despreciativo, levantaba la copa y dejaba ir el humo de su cigarro. Despreocupado hasta parecer que no se fijaba en nada, captaba hasta la mayor insignificancia. Amaba con vehemencia y se hacia amar con delirio. Era un civilizado en el amor, aceptaba el divorcio como un ligero trámite. O quizá se divorciaba para prolongar el amor. O para librar a la mujer amada de los sufrimientos de su bohemia.

Porque Rubén era un bohemio, un bohemio que iba cara a la luna, ahogándose en la efervescencia de sus delirios, en la embriaguez de sus ensueños. Sus manos blancas y de gran marqués, parecían hechas para pulir el más sutil de los sonetos al par que el más grandioso de los poemas de cemento. Las dos obras las fabricaba con manos de artista.

Sus carteles de ingeniero son bien conocidos. Fue el mejor de los estudiantes de su época, y en una de las Universidades mas acreditadas de Estados Unidos. Hombre dinámico, dejaba huellas luminosas por donde pasaba. Ya casi en sus últimos años, tuvo la alcaldía de San Pedro Sula, de donde por su actuación, debía haber pasado a la presidencia de la República.


Su voz metálica, prolongada y acariciante, y su prosa florida, y su pensamiento auténtico y convincente, le dieron la honra, de arrebatar a las multitudes como orador. Sano de cuerpo y de alma, tenía grandes cariños que los fomentaba con ternuras de chiquillo. Hablando de su hermano Toño se encendía como un adolescente, le quería con algo de religioso y divino. Somos gemelos me dijo una vez: pensamos sentimos y nos queremos igual. Ahora después lo he podido comprobar, cuando a Toño al hablar de Rubén, se le humedecen los ojos. ¿Qué mas puede pedírsele a un hombre que sabe ser transparente en sus afectos?...Nada. la pureza de almas lo justifica todo.

Lo vi la última vez, cuando fue a despedirme al tren que me llevaría a tomar el barco para México. A pesar de lo gentil, de lo optimista que era siempre, y de su figura apolínea y de su perfil florentino, y de su hablar tan benévolo, mi intuición de mujer lo sospechó cansado, abrumado por el hastío, melancólico…

Después… una fría noticia del cable nos anuncia su muerte, murió como había vivido, magnífica, desdeñosamente, como Dios que se ríe de los mortales.”

Rubén Bermúdez Meza, contrajo nupcias con la profesora, más tarde escritora y gran feminista, Graciela Bográn. El destino trágico que habitaba en Rubén, terminó separándolos. A su muerte, doña Graciela recuerda esos momentos con una altura y un temple poco vistos en mujer alguna:

“Hoy hace dos años que en un día gris, su cuerpo ya sin aliento, encerrado en una caja de madera, fue llevado al cementerio bajo el sudario frío de una lluvia doliente, como llanto vertido por las cuencas del infinito.

Desde mi casa, muda y desolada, seguía la marcha de la fúnebre procesión. Cuando las campanas de la iglesia soltaron sus lamentos, de tal modo repercutieron en mi pecho, que creí que incapaz de contener tanto dolor, mi corazón estallaría en un desgarramiento de sus fibras. A lo lejos vi perderse la muchedumbre enlutada y los carros cargados de coronas de ciprés salpicadas de rosas blancas y heliotropos lilas.

 Seguí largo rato inmóvil, con la mirada perdida en la lejanía, mientras con la imaginación seguía la marcha del cortejo.


En estos momentos- me decía- pasa bajo las acacias de la Avenida…ya traspasa la puerta del campo santo… se detiene frente a la fosa… la tierra lo cubre ya y lo acuna en sus seno de madre…Todo está consumado.”

Más tarde y una vez consumada la separación con doña Graciela, Rubén viaja a su pueblo natal, Juticalpa. Pero dejemos que sea la voz de Medardo Mejía quien nos cuente, entre anécdota y metáfora, ese momento:

“Un día se dijo en Juticalpa, cabecera de Olancho, que Rubén Bermúdez llegaría en un avión. En efecto, llegó en el primer aparato que planeaba la llanura olanchana, lo manejaba un aviador de habla extranjera y aterrizó en la sabana inmensa de Cayo Blanco, de aquel lado de Guayape, arteria cósmica.

El poeta ingeniero andaba de paseo y en ejercicio de su profesión. Fue y vino a Catacamas quien sabe en qué observaciones y medidas. Y a la vez que dibujaba planos escribía versos que leía a sus amigos. Permaneció seis meses en Juticalpa, tiempo que aprovechó para acercarse al Colegio La Fraternidad, que se llamaba entonces por tener renta propia y no depender del estado. Quiso pagar al colegio el bachillerato que el había dado con honro sirviendo, gratis, la clase de trigonometría. Por cierto que la sirvió con la elegancia de un egresado del Instituto de Ingenieros de Massachussets.

Asistimos como alumnos a la clase de Rubén Bermúdez y allí nos dimos cuenta de que las matemáticas con difíciles cuando las enseñan mentalistas de una capacidad rutinaria o dómines que ignoran las máximas inspiraciones que brotan de la divina ciencia de Platón y de Dicfanto. Para alcanzar algún éxito relativo, conviene apreciar las matemáticas desde el campo filosófico. De aquí viene que cuando las exponen personas como Rubén Bermúdez, las matemáticas se vuelven un jardín de Alá, música, poesía, miel hiblea. Después de oír, entender y comprender al inspirado profesor, pasamos la materia con alguna brillantez, porque en aquella ocasión quisimos exigiéndole a la mente esfuerzo doble, corresponder al artista con un ademán artístico.

Rubén Bermúdez, poeta, matemático, gentil hombre, también fue un dionisiaco; en medio la demencia báquica raptose una muchacha de las mejores de Juticalpa. Hubo escándalo en la localidad, verdadero escándalo, pero sin beatería por cultivarse allá, desde antaño, el libre pensamiento que tolera la libertad de amar. Fue más bien unescándalo admirativo, con envidias de las hembras por el varón y envidias de los varones por la hembra. Cada quien por su rumbo regional y tropical”.


La chica a quien Rubén, en estado animoso “raptó”, fue su segunda esposa, la misma que con el tiempo y con la fe, se convertiría en poeta: Ada Marina Navas, sobrina de otra gran mujer y escritora olanchana, Paca Navas de Miralda. Con Ada Maria, Rubén convivió hasta el mismo momento de su muerte, ocurrida, como ya dijimos antes, en 1930.

En 1933, después de 3 años de muerto, aparece “crisálida” órgano portavoz del Ateneo “Rubén Bermúdez”. Esta era una revista quincenal hecha por estudiantes del Instituto “José Trinidad Reyes” de San Pedro Sula y calorizada por un grupo selecto de maestros de la misma institución. “Crisálida tuvo 47 números, callando sus palabras, finalmente en 1935.

Antonio, el mayor, menos bohemio y más sensato que Rubén, vivía en ese entonces en Tegucigalpa. Nunca escribió versos –ese campo perteneció siempre a Rubén –pero  si ensayo, prosa poética y sacó las fuerzas y el talento necesario para escribir dos novelas. O la vez aquella, cuando con voz sonora, atribulada y lírica, despidió a Clementina Suárez, quien partía en busca de romances e ilusiones, a México:

“Clementina Suárez se nos va. Vedla, delicada y grácil, como una muñeca de celuloide o porcelana, pródiga de sus sonrisas bienhechoras y de sus miradas perdidas en ignotas lejanías, en donde la luz trenza ensueños de diamante. Su pequeña alondra interna, temblorosa de emoción, agita las alas entumecidas, en el ritmo litúrgico con que se inicia el vuelo.

Clementina se nos va. Con ella marcha un grupo de ilusiones en fuga. ¿Para dónde se dirige? Ella lo ha pensado quizás; pero en verdad no lo sabe. Como los espíritus eternamente atormentados de inquietud, al través de las ondulaciones en que la vida va desenvolviendo los hilos misteriosos del destino, ella lleva en su alma la angustia de una visión de amor y de ensueño siempre perseguida y nunca alcanzada. Es una visión de luces centellantes. Y tras esa visión, la alondra interna abre las alas en el afán clamoroso que dice: Vuela! Y tras esa visión, la amorosa abre su pecho a la esperanza, en el anhelo mortal que le grita muy dentro de sus ser: Ama! Y tras esa visión, que corre como una fantasía siempre en frente de su sueño deslumbrante,, la poetisa va sembrando  su ruta con sangre de ilusión, que florece en versos, y con carne de dolor y vida, que palpita dulcemente en prosas cálidas y fuertes”


Antonio Bermúdez Meza, publicó su primer libro, una novela, en 1906, a la que tituló “AURORA”, y agregó como un aporte a su origen “Trágica Historia escuchada ante los muros de un viejo cementerio”. Según el profesor Rubén Antunez, dicha novela sería “La primer obra literaria publicada por escritor alguno en San Pedro Sula”. Más tarde, engrosaría su propio repertorio bibliográfico, al publicar una segunda obra, compuesta por artículos diversos a la cual le tituló sabiamente “PRISMAS”, 1938.

Este libro agrupa la versada pluma de don Antonio de los campos de la semblanza biográfica, el comentario critico, el juicio literario, así como también recoge la critica sobre su propia obra vertida por los escritores y periodistas de entonces, tales como Clementina Suárez, Augusto C. Coello, hijo; José Rodríguez Cerna y el connotado critico salvadoreño Gilberto González y Contreras.

Antonio Bermúdez Meza, fue también ese apasionado del periodismo. En este campo y viviendo en San Pedro Sula, funda “El Imparcial”, quincenario, cuyo primer número salió a luz el 15 de enero de 1927. También a don Antonio se le atribuye haber dirigido una publicación literaria de periodicidad semanal llamada “El Palimpsesto”, de la cual, a la verdad, no se han podido encontrar ejemplares.

En 1939, publica su segunda novela: “ESTHER LA CORTESANA”. A juicio del pologuista de esta novela, el malogrado escritor Augusto C. Coello, hijo, esta novela trata:”…del drama interior de una mujer, cuyo destino parece se el de sembrar implacablemente a su paso el deseo lacerante y lúbrico, la pasión desatentada, el veneno maldito de la carne que se esparce y se filtra en la médula hasta la desesperación y la tragedia final”.

Su última obra publicada, amén de las incontables jurídicas y legislativas, fue un tomo de empaste gris, al cual tituló “ESTUDIOS Y DISCURSOS”, casi como el summun de su pensamiento político y literario. El libro apareció en 1946, a dos años antes de su muerte, acaecida en Tegucigalpa en 1948, actuando a la sazón como Magistrado a la Corte Suprema de Justicia.

En vida, contrajo nupcias con Alejandrina Milla, en Gracias, en 1915, y con ella procreó 5 hijos, contándose entre ellos a la Ex primera dama de la nación, profesora Alejandrina Bermúdez V. de Villeda Morales, el también escritor, Héctor Bermúdez Milla y Mercedes, Alicia y Antonio, ya fallecido.

Desaparecidos ya Rubén y Antonio, volvamos a Néstor. Este en 1938, se había trasladado como encargado de la Legación hondureña en la Habana, Cuba. El ambiente cultural cubano de esa época era rico. Revistas de carácter continental se imprimían en la Isla hacia el resto de América y también se consolidaban los distintos grupos de artistas  y literatos. Espoelado por ese ambiente y la reminiscencia  patria y acudiendo al llamado de la sangre, comenzó a escribir y publicar sus obras. Si Rubén fue un atormentado de la poesía y si Antonio se orló de prosa y lirismo, en Néstor creció la hondura cívica, misma que caló en sus entrañas para impelerlo a escribir.


En 1939, dio a luz a su primer obra: Escritores de Honduras; Perfiles Fugaces “Breves lineamientos o breves relámpagos de estilización”, como bien dijera en el prólogo de este libro, tomo I, el escritor nicaragüense Santiago Argüello, para continuar diciembre: “Esos perfiles se desvanecen al tocarlos. Tienen de exhalación en lo rápidos y en lo de no deja tras ellos sino lo que deja la evanescencia de una estela al paso de una quilla de luz…”.

El tomo segundo de “Escritores de Honduras”, vio la luz en la Habana en el año de 1941. Como para aspirar una “perla” de estas, leamos la dedicada al vate comayagüense Ramón Ortega: “… Ramón Ortega tallaba en las canteras del espíritu prestigiosas cariátides, labraba en la porcelana de la estrofa desconcertantes arabescos y aspiraba al amparo de la tarde, en la amapola roja del ocaso, el delicado aroma inextinguible que perdura en la maceta de sus versos como un fresco perfume de montaña que viniera de lejos.”

Su posterior libro, “Mensajeros del Ideal”, llevaría la misma tónica del anterior: lirismo desbordando la imagen hasta el límite o confín de la palabra.

Ensalza este libro, las virtudes cívicas y ciudadanas de distinguidos hombres y mujeres latinoamericanos y por supuesto, también de hondureños. “Facetas”, en 1942; “Florilegio Cívico”, en 1943 y “En Homenaje a Honduras”, 1944, redondean la obra cultural y literaria de Néstor Bermúdez, a quien la particularidad permitió editar todas sus obras en la Habana, Cuba.

Bermúdez, quien acostumbraba vestir de riguroso blanco, lo que le daba una estampa austera, contrajo matrimonio con la también olanchana, doña Virginia Zelaya, en Trujillo el 19 de agosto de 1931. Procrearon dos hijos, Virginia y Alejandro. Don Néstor, después  de rendir tributo a su último trabajo como diplomático en Panamá, se retiró y vivió sus últimos años en San Pedro Sula, ciudad donde falleció en el año de 1968.


Pero la sangre no descansa. De los tres Bermúdez, queda la herencia aprisionada en la palabra. Una herencia que nuevamente coge el derrotero final de la orla literaria. Héctor, hijo de Antonio, es conocido como poeta y narrador; Hernán y Alejandra, nietos de Antonio, podan palabras en ensayos y versos, y Ana María, nieta de Rubén acaba de publicar sus primeros versos enfundados en flor. Como ven, hay Bermúdez para rato.


La Paz, Noviembre de 1998